Días hay en que mi cuerpo
es mi cruz;
mi Cireneo, el bastón.
Días en que he de llegar
a destino
por un camino sinuoso
y cuesta arriba:
mi Camino de la Cruz.
Lo paradójico es
que si el ir es hacia arriba,
más aún lo es el volver.
Con frecuencia me detengo
por dolorido y cansado,
a darle tregua y alivio
a la osamenta sufrida,
y es entonces que imagino
las caídas de Jesús;
las voy contando,
le ofrezco mis sentimientos,
mi dolor, mis frustraciones,
y con frecuencia recuerdo
el aserto de San Pablo:
Completo en mi carne
lo que falta a la Pasión de Cristo
por su Cuerpo, que es la Iglesia1.
Y entonces, así, le entrego
al Señor su nueva Cruz
para que Él, con este cuerpo,
que es el mío pero es de Él,
suba de nuevo al Calvario
para ofrecerle a su Padre
como suyo mi dolor;
a salvarnos, darnos alas
y enseñarnos a volar.
A veces hasta me pregunto:
si al final seremos uno
o quizás lo somos ya,
el que sufre en el camino,
¿será Él… o seré yo?
Néstor F. Barbarito
En algo nos parecemos Nestor, aun asi, no puedo decir que he hecho tu misma
ResponderEliminardonacion...!!!
ETEL
Como siempre, Barbarito: ni una palabra de más , ni una de menos. Metáfora (?) del dolor. ¡Dios nos dé la paciencia de vivirlo de esa manera!
ResponderEliminarTeresita