Duerme,
Niño, en el pesebre:
tu
padre y tu madre velan.
No
elegiste cuna de oro,
preferiste
las estrellas.
No
tienes súbditos reales
pero
entonan tus canciones
del
cielo, ángeles todos;
de la
Tierra, los pastores.
Un
acolchado de seda
merecería
tu cuerpito
Pero .
. ¡qué te importa eso!
Tienes
el cielo infinito.
Mas,
todo el que viene a verte,
de
emoción lleno se hinca
y no lo
hace pro miedo:
es el
Amor quien lo obliga.
¿Saben
que vienes por ellos?
¿Qué la
noche está bendita?
¿Qué a partir de este momento
la
Historia está dividida?
¿Lo
desconocen? ¿Lo intuyen?
No
importa: la Fe los lleva.
Pues no
fueron los Doctores
de la Ley, que le creyeran.
Lo
salvaste, me has salvado…
¿Qué
más pedirle a esta noche,
cuajada
por las estrellas,
celada
por los pastores?
Teresita
de Antueno