A poco de la muerte de un amigo,
irrespetuosa por la furia del dolor
increpé a Dios en el sagrario:
_ ¡Qué injusto, Señor, te lo llevaste!
Era bueno, era fiel, era . . .
¡MI AMIGO!
Una voz que en parte
brotaba del santuario,
y en otra, retumbaba dentro de mí
dijo:
_ Lo querías, ¿verdad?
_ ¡Como a mí mismo!
_ Lo extrañas, me imagino . . .
Entonces, del dolor,
irás pasando al regocijo.
_ ¿Alegrarme? ¡Imposible
lo que has dicho!
_ ¿Eres hombre de fe, realmente?
_ Con toda el alma, desde que era niño.
_ Entonces, sabes dónde está.
_ Sí, bueno . . . pero . . .
_ Ya sé lo que te duele:
Es que no está contigo...
No sabes cómo es el lugar exactamente.
Describírtelo en términos que entiendas
trataré . . . a ver . . .
¿Recuerdas que odiaba el invierno?
Pues en este lugar, no existe el frío.
¿Qué a veces, agotado, cojeaba?
Ahora corre, y hasta vuela y no se cansa.
Podía enfermarse o algo lo aquejaba:
Aquí, para el dolor, no hay cabida
y quien solía estar
triste,
reboza de alegría.
Tú lo quisiste mucho tiempo,
Pero Yo, lo creé desde el Principio.
A ti te falta su abrazo,
mas, ahora, él siente el mío.
Por cierto; me ha hablado bien de ti:
que le hiciste favores, que se sintió querido.
Por eso, Hijo, te bendigo...
Recuerda que no soy como los hombres,
a veces, desagradecidos.
Yo soy El que es
¡y nunca olvido!
¿No ansiabas lo mejor para él?
Pues . . ¿qué más
quieres?
¡Está conmigo!
Teresita de Antueno