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lunes, 24 de junio de 2013

28 - COMO EN ESOS DÍAS DE PESCA


          
Me apesadumbra y abate ese sentimiento que me invade a veces cuando rezo. Especialmente cuando rezo con palabras que no me pertenecen. Me refiero a una sensación de estar hablando frente a un muro; con un interlocutor sordo y mudo. Repitiendo una y otra vez palabras ajenas, que –aunque bellas- no brotan del corazón y además no encuentran oídos que la escuchen.

Entonces me vienen a la mente escenas de cuando era un niño en mi pueblo natal. Metido en el mar hasta las rodillas porque  más allá no me animaba a ir, intentaba pescar en aguas poco profundas, porque mi sedal quedaba siempre corto. No lograba llegar detrás de la rompiente, donde el pez suele abundar. Por aquel entonces eran escasas mis fuerzas y no me permitían alcanzar con mis anzuelos el lugar de las respuestas a tanta expectativa. Sin embargo, de cuando en cuando algún mayor se compadecía de mi debilidad y mi frustración, y arrojaba la línea por mí, que llegaba entonces a lugares profundos y fértiles. Con frecuencia solía en esas ocasiones experimentar el sobresalto y el gozo de sentir entre los dedos el vibrar del pique. Y cobraba mi presa. A veces pequeña, otras, más importante. Sobre todo teniendo en cuenta la jerarquía, experiencia y tamaño del pescador.

Hoy me pregunto: ¿no será mi voz inaudible para Dios? ¿Acaso serán mis oídos los sordos y seré yo quien se torna en un muro? ¿O será quizás que el sedal de  mi fe es corto y la fuerza de mis convicciones tan magra, que no me permiten alcanzar con el lance lo profundo, allí  donde su voz y su palabra pueden darme las respuestas?   

Otras veces, en cambio, cuando oro en el lenguaje del corazón y dejo que mis sentimientos acallen a mis palabras, entonces se hunden en profundidades misteriosas. Y llega la devolución. Son los momentos del “pique”. Creo que se trata de esos momentos en que el propio Espíritu de Dios, se hace cargo de “arrojar mi línea tras la rompiente”. Allí donde las brazoladas  llegan a lo profundo, donde residen todas las respuestas y es posible  “capturar” algunas.                

Ya Pablo me lo advertía cuando decía que «el Espíritu viene a socorrernos en nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido» al punto de «interceder por nosotros con gemidos imposibles de expresar».          (Ro 8,26). No tengo dudas de que es su mano la que empuña la caña en esos “lances”.
Claro que –como esos escasos éxitos en las excursiones aquellas de mi infancia- esas ocasiones son esquivas, y fugaces además, pero dejan un exquisito sabor agridulce, porque llevan en sí la dulzura del encuentro y la agrura de la brevedad. Como aquellos, sin embargo, perduran en el tiempo. Son recuerdos; duermen, pero nunca están demasiado lejos. En los momentos de angustia o decepción, despiertan en el corazón, y  –como el Jesús de la barca- aplacan las olas y calman el viento, trayendo al espíritu alivio y serenidad.
Recuerdos que embalsaman el alma con el suave olor de la gracia, y por vívidos e intensos, por su acción y los efectos que en ella producen, puedo entenderlos como verdaderos sacramentos.
  

Néstor F. Barbarito
De mi libro “El Hilo de Cristal”

1 comentario:

  1. Bellisimo Nestor.! Si este Cap. es asi, imagino
    lo que sera el libro.! No estaba tan equivocada
    cuando dije que el titulo:"El hilo de Cristal",
    me parecia atrapante, aun sin conocer el conteni-
    do...!!!

    ETEL

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