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miércoles, 24 de abril de 2013

GÉNESIS





Al principio fue el silencio,
como un negro manto, como un mar profundo
que todo lo cubría y lo anegaba todo.    

El silencio era padre, señor de lo increado.
Yacía muda en sus entrañas la música celeste,
Los astros eran sombras que entre sombras dormían.
Los vientos siderales no despertaban ecos.
El murmullo de los sauces  y el canturrear del arroyo,
eran una pura entelequia.
El trino del ave y  el dulce canto de cuna,
tan sólo un denso silencio.
La vida en el caos, proyecto y esperanza.
El corazón del hombre, tan sólo un sueño.
De todo lo increado
el silencio era padre, y madre la soledad.

Mientras tanto,  en un cosmos entrañable y oculto;
estrella viajera;
cobijo remoto de inefables gozos,
un Puro Fulgor, en dulce intimidad,
gestaba la idea de un mundo luminoso,
colorido y sonoro,
que el poder del Padre soñaba ofrendar al Hijo
nacido de su Amor.

Al fin llegó el tiempo del comienzo del tiempo.
Atronó en la noche la Palabra Creadora
y abrasó al silencio.
Estalló la luz que disipó toda tiniebla.
Y fue un caleidoscopio.
El caos un cosmos de luz, de color, de sonidos.
El negro universo se pobló de soles deslumbrantes y bellos,
que emprendieron serenos, rondas por el cielo.
La eterna armonía desplegó sus notas en imponente concierto.
Surgieron las aguas y de su seno la tierra. 
Pintaron las cumbres auroras doradas.
Crepúsculos escarlatas dieron vida a los mares
con reflejos inefables.
Brotó la hierba que engendró semillas y verdeó la tierra.
Susurró su canto el duende del arroyo.
Las hojas del sauce murmuraron a coro
su recién nacido romance con el viento.
Al fin el ave  desplegó su trino   
y estallaron los bosques en mil melodías.

Y el Padre vio que era bueno. ¡Valía la pena!
Entonces aquello lo depositó en las manos
de aquel Hijo Amado.
Y se deleitaron y regocijaron con Amor inmenso.

   
Pero aquel infinito y hermoso universo,
- suave objeto de su complacencia-
sería tan sólo  brillante escenario
de un sueño más grave y audaz
que una vez cruzara por su pensamiento.

Dios necesitaba que su amor viajara
hasta los confines de aquel universo.
Pero algo tan dulce, tan fuerte  y tan bello,
sólo podía tener un destino:
un alma a su imagen, forjada en su seno.

Y así, sin estruendo, ni un murmullo siquiera,
surgió una figura pequeña que creció en silencio
y se irguió despacio después de milenios.

Cuando la criatura llegaba a su tiempo,
el Padre le imprimió su sello
y le dio el mandato de poblar los mundos.

Y por fin un día, también ella pronunció su palabra;
aquella palabra que llevaba adentro:
el sello divino guardado en secreto 
que la hacía del todo distinta del resto;
de cualquier criatura de aquel universo.

La expresión del pensamiento  humano
estremeció hasta el cimiento firme de la tierra,
encrespó las aguas, sacudió los cerros,      
agitó las crestas de enormes peñascos;
alcanzó la nube, trepó a las estrellas.

Llegó hasta la eterna mansión del Fulgor.
Conmovió las puras entrañas del Padre
que "vio que era bueno"; ¡valía la pena!
Se justificaba la creación entera.

Para cada hombre Dios soñó su sueño,
y  lo grabó en el rincón más oculto del  alma.
Allí podría él descubrirlo,  llegado su tiempo.

Cuando lo entregaba en las  dulces manos del Amado,
Ellos supieron que aquel don inmenso
no iba a ser  gratuito:
por la vez primera en su historia eterna,
una pura criatura  iba a lastimarlo. 

Aun así, sin reservas,
aceptó el Hijo la ofrenda y lo amó sin dudar.         
Aquello era bueno. ¡Valía la pena!

Néstor F. Barbarito

2 comentarios:

  1. Nestor me has conmovido, con tu manera tan espe-
    cial de versear, lo que fue el Genesis.!!!

    ETEL

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    1. Gracias Etel por contarme tan bello sentimiento, a pesar de que me parece desproporcionado con respecto a la pobreza de mi canto.
      Dios te bendiga
      Néstor

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