Néstor (el necochense).
Querido
amigo que amás a mi pueblo,
aquél
que una vez acunara a mi padre
y lo
viera hacerse el hombre que he admirado.
El
pueblo aquél que vio después la mano
que con
amor meció la cuna,
y luego
me brindara amigos-hermanos...
Cuando
llegues a él con todo tu bagaje
de
sueños, de afectos, y buena fortuna,
contale
del hijo que hallaste lejano.
Decile
que aún lo ama con aquel cariño
que
nació por él cuando era un niño.
Que
añora sus aires, su plaza y sus calles,
la
escollera, el bulevar, el río,
¡ese
río tan amado!,
la
diagonal y la
rambla...
y el
fondo arbolado de la vieja casa
donde
un día de octubre comencé a soñar.
Decile
que él guarda memoria;
lo
lleva en la entraña.
Que no
pudo alcanzarlo
la dura
amenaza de bruma y olvido
que
trae en sus hombros el tiempo temido.
Y
cuando vuelvas a casa,
ya
saciado de paz, de sol y de mar,
y estés
sobre el puente y vuelvas la cabeza,
en
silenciosa bendición alzá tu mano,
y
aunque intente morderte la tristeza
dale
gracias en mi nombre.
Vos le
dirás que aquel hombre
que se
fue de niño aún lo siente
junto a
su corazón,
vivo y
presente.
Amigo,
decile que nunca el olvido
labrará
su mella en el alma del hijo,
porque
sin raíces no nacen los frutos
y sin sus recuerdos se habría perdido.
Néstor Barbarito
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